He creído conveniente incluir este artículo que no es mi autoría, sino de mi amigo el coronel (J) Juan Miguel Rodriguez, con el propósito de ilustrar a las generaciones jóvenes, a las futuras y a quienes pretenden enlodar la figura ilustre de este gran soldado.
Sugiero que vuestros hijos y nietos bajen este video
https://twitter.com/i/status/1208355951255924736
En
el lugar que le corresponde, el corazón mismo de Santiago, capital de Chile,
otrora “… De remotas naciones respetada Por fuerte, principal y poderosa; …”,
se alza, impertérrita, la efigie del General Manuel Baquedano González, encarnación
misma de una raza a la que un día se atribuyera ser “…tan granada, Tan soberbia,
gallarda y belicosa, Que no ha sido por rey jamás regida, Ni a extranjero
dominio sometida”.
A
su lado, descansa el cuerpo de un soldado, un chileno de quién se ignora el
nombre y origen; sólo se sabe que murió “luchando por su patria y por su
honor”. Tal vez fuera criollo, mapuche, aimara, inmigrante o mestizo, fruto del
“crisol de razas” que contribuyó a forjar un pueblo “siempre vencedor y jamás
vencido”.
Convergen
hacia ese histórico monumento las principales avenidas de Santiago y por
décadas fue un punto de reunión para celebrar desde los más importantes a los
más modestos logros de este país, siempre necesitado de reconocimiento.
Algo
pasó, en forma lenta e imperceptible al comienzo y, a posteriori, de una manera
brutal, en el más explícito sentido del término, que trastrocó los valores que
informaron el actuar de nuestra gente, optando algunos, sin duda los menos, por
desencadenar una violencia inaudita y demencial en contra de todo y de todos,
so pretexto de los más variados motivos, incluso incomprensibles para ellos
mismos.
¿Y
los otros…?, se han resignado, por ahora, a ser quejumbrosos espectadores,
cuando no víctimas indefensas, abandonadas a su propia suerte por autoridades
que, como nunca antes en la historia de Chile, se han desentendido de sus
deberes, con una impudicia y desvergüenza que, sin duda, no tendrá “ni perdón
ni olvido”, de parte de quienes hoy apreciamos cómo tal inconducta nos arrastra
inexorablemente al abismo como personas, como pueblo y como nación, condenando
a los hijos de esta Patria al dolor, la miseria y la muerte engendradas por
esta violencia consentida, que más temprano que tarde, desembocará en una
guerra civil. “¿Qué duda cabe?”
En
este contexto, dos hombres de otro tiempo y otra estirpe, el General Baquedano
y el Soldado Desconocido, se resisten al oprobioso ataque de las turbas
enajenadas y aún abandonados a su suerte, no se resignan a caer, ni por la
fuerza ni bajo el fuego enemigo, recordándonos quiénes hemos sido y como debemos
seguir siendo los “chilenos de corazón.”
Baquedano
y el Soldado Desconocido se niegan a oír el “toque de retirada” y su envío a la
retaguardia, donde han optado por guarecerse precisamente aquéllos que teniendo
el deber de conducir los destinos de este país, no lo hacen y lo que es más
grave aún, cual “cucalones” de la Guerra del Pacífico, han enervado el legítimo
accionar de las fuerzas mediante arteras disposiciones administrativas que
contravienen los principios generales del derecho, del uso de la fuerza y de la
legítima defensa, exponiendo de tal manera no sólo la integridad de militares y
carabineros sino, lo que es más grave aún, la de la ciudadanía toda que hoy es
víctima de una violencia incontrolable.
El
eventual retiro de la “primera línea” en que se encuentran el General Baquedano
y el Soldado Desconocido, como medida de resguardo a su imagen, sólo resulta
comprensible en el contexto actual, en que ni militares ni carabineros pueden
emplearse en la forma que requieren las circunstancias, por impedírselo la
autoridad política, como es de público conocimiento. En un escenario distinto constituiría
la peor ofensa que pudiera infligírseles, pues si esa efigie cobrara vida,
todos sabemos cuál sería su actitud y se oiría fuerte y clara la voz de mando de
Bernardo O´Higgins, que ha sido doctrina en el Ejército de Chile desde los
albores de la Independencia: “¡Vivir con honor, o morir con gloria!, ¡El que
sea valiente que me siga!” o la de Arturo Prat quien nos legó un imborrable
ejemplo de valor cuando, enfrentado a una muerte inminente, arengó a sus
hombres diciendo: “Nunca se ha arriado nuestra bandera ante el enemigo y espero
que no sea ésta la ocasión de hacerlo. Por mi parte, os aseguro, que mientras
yo viva, esa bandera flameará en su lugar y si yo muero, mis oficiales sabrán
cumplir con su deber”.
La
Patria está hecha de símbolos; el monumento al General Baquedano y al Soldado
Desconocido es uno de los más importantes y por eso ocupa un lugar de
privilegio. Debemos defenderlo al igual que hemos jurado defender nuestra
Bandera y ante la imposibilidad de que lo hagan quienes por ley tienen esa
misión, ya que un acto de autoridad se los impide, recae en los ciudadanos la
defensa.
Una
bandera chilena, ésa que hemos jurado defender con nuestra vida, sirvió de
elemento para encender la hoguera que envolvió la efigie, causando agravio en
nuestras almas de chilenos bien nacidos, haciéndonos evocar el último verso del
épico poema “Al pie de la Bandera”, de Víctor Domingo Silva, que sin duda se
inspiró en hombres como el General Baquedano y los soldados que dieron gloria a
Chile:
- “Veneremos la bandera como el símbolo divino de la raza;
- Adorémosla con ansia, con pasión, con frenesí,
- Y no ataje nuestro paso, mina, foso ni trinchera
- Cuando oigamos que nos grita la bandera:
- ¡Hijos míos! ¡Defendedme! ¡Estoy aquí!”
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