martes, 1 de septiembre de 2020

LA PÉRDIDA DEL ESTADO DE DERECHO. Una visión personal desde el pasado. Testigo y actor.

  Deseo en primer lugar agradecer a quienes se han tomado la molestia de leer mis anteriores columnas y en particular, a quienes me han alentado a continuar.


a.  Los inicios hasta la revolución del "vino tinto y las empanadas".

Hace 28 años que dejé las filas de mi querida y entrañable institución, de manera que, si pertenecer al club de los octogenarios no me hace presumir de sabiduría, por lo menos me ha dado experiencia de vida, tan valiosa como la otra, lo que en ningún caso significa rehuir los cambios que aportan las nuevas generaciones. De modo que soy de la estirpe que disfrutábamos con el inigualable Eduardo de Calixto en la Residencial de la Pichanga; nos emocionábamos con el radioteatro de Emilio Gaete y Mirella Latorre, en el Mestizo Alejo y en Adiós al Séptimo de Línea; fui uno de los que se colgaba  del Carro 36 sin pagar el peso que costaba el pasaje -que no teníamos- que llegaba a las inmediaciones del Estadio Nacional para ver jugar al Colo Colo; de niño conocí la Cuarta Comisaría de Carabineros por estar jugando a la pelota en la calle, con la de trapo y romper un vidrio; y en ocasiones formé parte de los que corrían con la ropa bajo el brazo arrancando de los guardias del Parque Cousiño -hoy Parque O’Higgins-  por bañarnos en la laguna como Dios nos echó al mundo; y estudié como la gran mayoría en escuelas públicas de calidad, cuyos profesores preparados en la Escuela Normal, ciento por ciento comprometidos con los alumnos eran nuestros segundos padres, a quienes no solamente respetábamos, sino queríamos. Rindo tributo a la mía: Escuela Ocampo de la Fundación Matte y a mi profesora Silvia Quintana. Eran otros tiempos, donde el respeto y el orden eran parte de nuestra esencia como personas.

Ya más jóvenes escuchábamos con atención a periodistas de la talla de Luis Hernández Parker, Hernán Millas, Tito Mundt, José María Navasal y su esposa Marina, Adolfo Yankelevich, etc. que formaron escuela. Creo que de estos nacieron otros como Carmen Puelma, Raquel Correa, Hernán Olguín, Patricia Espejo, por nombrar algunos, pero que hoy se extrañan.

De manera que en este largo peregrinar recuerdo las colas para comprar aceite en el comisariato en botellas que el interesado llevaba, en los años 40 y tanto del pasado siglo; fui testigo de la revolución de las chauchas -moneda de veinte centavos- por el alza del valor de la locomoción pública. En épocas en que los chilenos éramos honrados, pues los que se subían por la puerta de bajada -trasera- enviaban el valor del pasaje de mano en mano hasta llegar al chofer, y el boleto volvía en igual forma. Bajo esta revolución se construyeron barricadas, se apedrearon, volcaron e incendiaron algunos buses y automóviles; se derribaron postes del alumbrado público, etc., donde no estuvo ajena la mano del partido Comunista. El gobierno respondió con el Estado de Sitio y hubo que lamentar heridos y muertos. El presidente González Videla se aburrió del partido Comunista que lo ayudó en su candidatura e incluso formó parte de su gobierno y promulgó la Ley de la Defensa Permanente de la Democracia, conocida como la Ley Maldita. Su sucesor, Carlos Ibáñez del Campo, la utilizó en varias oportunidades, siendo una de ellas en el conflicto del 2 y 3 de abril de 1957 por la situación económica que afectaba al país, derivando en términos semejantes a la revolución de las Chauchas, organizada por estudiantes, dirigentes sindicales y trabajadores en general, donde sin duda también estuvieron los ex miembros del partido Comunista que se habían afiliado a otros partidos de izquierda para hacer uso de sus derechos civiles. Fue necesario igualmente, declarar el Estado de Sitio para terminar con el desorden y el caos. La ley maldita fue derogada a fines del gobierno de Carlos Ibáñez del Campo al promulgar la Ley de Seguridad del Estado, un par de meses antes yo egresara como oficial de Ejército. Debo precisar que en ambas “revoluciones” jamás se llegó al nivel de violencia, destrucción, vandalismo, saqueo y desacato a la autoridad como las que se iniciaron en el mes de octubre del 2019. Las manifestaciones eran las expresiones de los gremios y entidades afectadas, sin participación de extranjeros, ni financiadas por platas brujas, posiblemente del mismo origen. No participaban en ellas barras bravas, lumpen, delincuentes ni drogadictos, en Chile en aquellos años era muy poco utilizada, no se comercializaba ni distribuía, como tampoco se producía como es en la actualidad. Tampoco incitaban al odio y la violencia los parlamentarios y dirigentes políticos como en el presente.   

Pero la cosa comenzó a cambiar a partir de la década del sesenta, con el advenimiento de la dictadura de Fidel Castro dentro del contexto de la Guerra Fría, en busca de una utopía jamás alcanzada hasta la fecha en todo el mundo donde se ha pretendido instaurar, dando lugar a la postre a férreas y sangrientas dictaduras de izquierda, amenazando al resto del continente expandirse como el petróleo derramado que se extiende por los mares.

       Bajo el gobierno del presidente Eduardo Frei Montalva -por quien yo, como muchos votamos por él creyendo en la Revolución en Libertad- nació en 1965 el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, que en su declaración de principios se definió como vanguardia marxista-leninista de la clase obrera y de las capas oprimidas de Chile", en oposición a la izquierda tradicional.

      Dos años más tarde en el congreso de Chillán, el partido socialista como ente marxista-leninista, se acercó a los umbrales del MIR, y se planteó la toma del poder para instaurar un Estado Revolucionario que libere a Chile de la dependencia y del retraso económico y cultural e inicie la construcción del Socialismo. Atribuyó a la violencia revolucionara “como inevitable y legítima. Seguramente ese acuerdo tuvo su inspiración en el discurso del “Che Guevara” ante la Asamblea General de la ONU: "Nosotros tenemos que decir aquí lo que es una verdad conocida, que la hemos expresado siempre ante el mundo: Fusilamientos, sí, hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario. Nuestra lucha es una lucha a muerte."

  En Cuba, 1967, se creó la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) compuesta por diversos movimientos revolucionarios como oposición a EE.UU. a quien se le acusaba de unir a los gobiernos de América en contra del gobierno de Fidel Castro. En este evento participó el senador Salvador Allende quien posteriormente, siendo presidente del Senado colaboró en el ingreso de los guerrilleros bolivianos y cubanos que huían de Bolivia, después que la guerrilla del Che Guevara que pretendía extender a toda Sudamérica fuera derrotada y muerto su líder. Trasladados a Santiago, si bien se les negó el asilo político, fueron expulsados a la Isla de Pascua y de ahí volaron a Tahití, hasta donde los acompañó nuestro presidente del Senado, quien bailó ula-ula y compartió alegremente con ellos.

      En 1968, el MIR pasó a la clandestinidad y se convirtió en el referente de la izquierda radical, extraparlamentaria y revolucionaria, matizando su accionar violento en asesinatos, colocación de bombas y asaltos a bancos, que eufemísticamente denominaban “expropiaciones”, haciendo más aguda la crisis económica del gobierno de Frei Montalva.

      En este cuadro surgió la crisis del Ejército que derivó en el Tacnazo que la prensa y los políticos consideraron que era un intento de golpe de Estado, lo que fue absolutamente falso, pues habiendo sido partícipe de ese movimiento, jamás tuvo ese objetivo, aunque haya ocupado el mismo escenario del Ariostazo, varías décadas antes. El general Roberto Viaux encarnó el sentir de toda la institución, molesta por el descuido del Gobierno en el papel asignado a las Fuerzas Armadas, al ser utilizada en tareas absolutamente ajenas a su quehacer institucional, entre otras, en el traslado de poblaciones en camiones militares con la bencina asignada para instrucción; el presupuesto de la Defensa Nacional había caído del 13 al 9%, descuidando la seguridad del país teniendo a la vista las subversiones que se estaban  llevando a cabo en América Latina producto de la Guerra Fría; se disminuyó drásticamente la dotación de soldados Conscriptos llamados al SMO; la falta de equipamiento y de vestuario era alarmante, los conscriptos debían llevar su ropa interior al momento de acuartelarse, ni siquiera había munición para cumplir las lecciones de tiro, etc., etc. La situación económica era deplorable por las bajas remuneraciones, a tal extremo que los funcionarios de la CORA y de la CORMU, recién ingresados y sin estudios universitarios, eran contratados con un sueldo superior al de un general de Ejército con cerca de 40 años de servicio. Las remuneraciones tan solo alcanzaban para las necesidades más básicas. En lo personal, aún recuerdo siendo teniente el sabor amargo de mis lágrimas, cuando tuve que suspender un tratamiento especializado de mi esposa y el prestigioso médico, cuyo nombre aún conservo con una soberbia y aire de prepotencia, me dijo: Si pues mi amigo, yo soy un médico caro. El general Roberto Viaux en esas circunstancias fue el único miembro del Alto Mando que nos interpretaba.

 

Fernando Hormazábal Díaz

General de Brigada (R)


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